lunes, 23 de junio de 2008

Insignificante

"Siempre cambié a una pareja por otra mejor” me dijo con cierto sadismo cuando me dejó por otra, aclarándome con esas oscuras palabras lo poco que fui para ella… Y así, con esa frase retumbando en mi cabeza me convencí de mi pequeñez, de lo insignificante que soy.
Simple hormiga que no perdió aún sus alas…
Y como sabiamente diría Capusotto: mhm

(imagen realizada por ElDandy)

miércoles, 21 de mayo de 2008

Y me transformé en poco menos que una sombra

Camino sin rumbo. La música suena en mis oídos y los recuerdos se agolpan en mi cabeza. Recuerdo aquella vez, la segunda que entraste en mi casa y, ni bien cerré la puerta, me abrazaste y me besaste empujándome contra la pared, arrinconándome, dejándome sin un espacio para escapar y sin ganas de hacerlo tampoco.
Tus tibios labios se tornaban candentes en contacto con los míos que tanto te habían extrañado durante tu ausencia. Mis brazos te rodeaban, acariciando tu espalda, subiendo por tu nuca, deteniéndose en tu cuello mientras mi boca jugaba con la tuya. Y las sensaciones: la electricidad en mi vientre, mi respiración cada vez más agitada compitiendo con la tuya que a veces se convertía en gemido y me dejaba pensar que sentíamos lo mismo. Y mis manos bajando hacia tu cintura, mi cuerpo en contacto con el tuyo, guiándo tus pasos hacia un sofá que parecía esperarnos.
Cuando llegamos mis manos percibían la calidez de tu torso desnudo. Las tuyas, hábiles, recorrían mi cuerpo, y tus labios, tal vez temerosos de perderse, seguían las estelas imaginarias que tus dedos marcaban en mi piel.
Y caímos sobre el sofá, nuestros cuerpos semidesnudos juntos. Y mis labios ansiosos por recorrerte, por recorrer ese camino que la distancia me impedía explorar habitualmente, pero sin impedirme que lo recordase de memoria, porque cada centímetro de tu cuerpo estaba grabado en mis labios con el fuego de una pasión que en ese entonces esperaba que fuera eterna. Y tu cuerpo luchaba por permanecer pegado al mío, tu mano presionando mi bajo vientre y el resto de nuestra ropa que comenzaba a molestar.
Cuando nuestra desnudez fue completa me permití recorrer tu cuerpo. Mi boca sobre tus pechos, sobre tu estomago, sobre tu ombligo, sobre tu pubis ansioso de besos.
Esa mañana nos amamos y aún cuando cayó la noche nuestros cuerpos seguían abrazados sabiendo que pronto deberían separarse, no resignándose a hacerlo.
Mucho tiempo pasó desde aquella vez que aún vuelve a mis recuerdos, mi rostro que antes conoció el suave dulzor de tus besos aprendió a convivir con las saladas lágrimas del desamor que marcaron surcos imborrables en mi vida, dejándome grabada la hipocresía de tus “te amo” que, hoy, siento que no fueron sinceros.